Cuando
compró la casa, Sinda, le pidió al constructor una cocina grande como dos
dormitorios. En un rincón puso un altar con la virgen de Candelaria. Sus amigos
le regalaban velas de cera inmaculada y flores cuando les invitaba a un
tenderete, y por su cumpleaños santitos y ángeles custodios. Cuando cumplió los
sesenta tenía tantos santos y tantas velas qué organizó una rifa, y vendió
trescientos números quitando todos los “treces” porque el trece es mal agüero.
Con el dinero que obtuvo una vidente del barrio del Toscal le hizo un
sahumerio.
El piso lo
atravesaba un pasillo largo como un rosario y sus misterios, y como Sinda
pintaba cuadros dos veces por semana, llenó todas las paredes de sus propios
cuadros, tantos que algunas noches oía desde la cama como discutían por un
trozo de pared. Ella nunca supo si estas discusiones eran reales o producto de
sus sueños, pero lo cierto es que todos los primeros viernes de mes encontraba
el “Beso” de Klimt detrás del sillón de cuero.
A Sinda le
gustaba pasar la fiesta de San Valentín con los viajes del Inserso, por eso dos
días antes iba a la peluquería. Llevaba siempre una especie de melena como una
cortinilla de pelo rubio cubriéndole su cara en forma de corazón. Toda ella tenía
forma de corazón porque los corazones bailan boleros, amorosos y pasodobles o
lo que fuera, porque para ella bailar era un lugar de encuentro.
Frente al espejo se ciñó los pantalones color fucsia y el suéter blanco de
lana inglesa un poco más ancho para que le cubriera las caderas y un chaquetón
a juego. Apagó la vela de su virgen preferida. No le gustaba hablar de
preferencias porque todas las vírgenes son la Virgen María, aunque ella
decía que la virgen llora pero no se
enfada.
Cerró la puerta y mientras esperaba al ascensor se dio cuenta de que no
llevaba los zarcillos puestos, ni el colgante. Volvió a entrar, llegó hasta el
joyero de conchas de nácar que compró en una tienda de suvenires en Lisboa y se
engalanó con cadenitas de oro como la patrona de la fiesta, y a toda prisa bajó a hacerse la manicura
donde Neli, a la que apodan la Negra.
No quería ir al viaje del Inserso con las uñas “esconchadas”. La Negra no había llegado al trabajo; en su lugar
había un hombre, con una camisa, medio abierta y blanca, ancho de espaldas,
calvo y mirada azul con chispas de deseo.
“Atractivo, es atractivo”, pensó Sinda… Se acordó de su ex que durante
mucho años le quitó el sueño, y junto al sueño se quedó con lo mejor de su
juventud y su respeto.
-¿No está Neli? -preguntó.
No, tuvo que llevar al enano a Hospiten. Hoy no vendrá. Soy su padre, para
servirla.
Sinda se miró las uñas contrariada, pero el calvo de ojos azules le dijo
que él se las haría.
-Pero es que yo las quiero esculpidas.
El hombre le clavó los ojos azules en el pecho y sacó un libro para
mostrarle a Sinda los treinta diseños con los que había ganado otros tantos
trofeos en concursos de manicura.
-Yo le enseñé el oficio a mi hija, a fijar el cemento y el gel, la técnica
de la calcomanía francesa, todo, yo le enseñé todo. Confíe en mi señora.
Cuando el padre de Neli le tomó los dedos para imprimirle las filigranas
elegidas, se le tensó la sonrisa y apretó los labios y se le crisparon los ojos
de cristal de Murano.
El hombre le espetó:
-Usted de joven tuvo que ser una belleza.
Azorada, Sinda intervino: -no se ría usted, ya sé que estoy gorda, y...
-Un poco entrada en carnes, no lo niego -le dijo -pero elige usted muy bien
los perfumes. Seguro que usted cocina bien y en abundancia.
-Abundante , si, pero mi amor no es de calderos ni de salsas. De entrada,
soy una mujer de negocios, me gano la vida por mí sola, todos los días hago las
cuentas, y me gusta escribir y uso internet , aunque no lo parezca; también pinto. No sé si bien; a mi me gusta.
-¿Escribe usted cuentos? las mujeres
son dadas a los cuentos ¿no es cierto?
-No lo dirá usted con segundas. Yo cuentos, no. Lo mío son mis propias
memorias.
-¿Le pongo los ribetes de las uñas en color lila?
-No, lila, no, que me da mala suerte. –Sinda se acordó de que su abuela le
dijo que su ruina sería de color morado. Y su tía, la centenaria, le predijo un
futuro de Viernes Santo.
- Si un día voy a La Habana visitaré a una santera. Lila, no –remató. Le
parecerá una tontería, pero yo creo en esas cosas. Gracias a los rezos respiro,
porque a mi Dios me lo da todo.
De reojo vio que el hombre se reía.
-Pero para
mi la familia es lo primero. Mi hijo, que tiene unos ojos como usted.... –
vaciló -yo tengo la casa abierta para todos mis amigos y mis hijos, claro…
-A mi la
vida familiar también me gusta, -le interrumpió él con un pincel de uñas entre
el índice y el pulgar derechos -aunque estoy solo y de vez en cuando tengo que
darme un garbeo. Lo que me gusta son los tenderetes caseros y patear los
montes.
Sinda se
río, y como no podía mover las manos porque tenía la uñas con pintura fresca y
extendidas sobre una mesa pequeña le dijo:
-Qué
casualidad, a mi también. Ver correr los barrancos, los pinos… es que yo soy un
poco cabra; silvestre quiero decir.
El padre
de la Negra le tomó la mano derecha, la elevó como hacen algunos señores cuando
las besan y mirándole a los ojos la roció con una voz grave y cercana:
-Mi hijaNeli,
no me había hablado de sus clientas...
Indecisa,
retiró la mano. Y solo acertó a decir:
-Gracias,
gracias…
Cuando al
cabo de un rato el padre de Neli le ayudó a ponerse el chaquetón, sintió un
toque de óxido de hierro y acertó a decirle:
-Trátame
de tú. Sinda, me llamo Sinda.
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