Sí pienso en lugar ideal
no puedo decir que aquella habitación con un camastro, una mesa y un armario
neandertal fueran lo que por ideal y lugar se piensa. Luz, si, por la ventana
durante el día y si las nubes cubrían el cielo como ocurre con frecuencia en
París en otoño, un plato de metal lacado protegiendo a una bombilla. Lo veo como
si fuera hoy mismo, de tanto estar
tumbado mirando al techo.
Y sigamos: el suelo de madera
barrida o fregada una vez al mes por la señora que era la dueña: pelo de plata,
melena rala, la Saporita. La mesa, pegada a la pared, la idea de mesa según
Platón, la mesidad a cuatro patas, con un hule de flores color sepia y naranja,
porque a Saporita le encantaba el sur, decía, y para sentarme, una silla. ¡Ah!
Y en la pared un aparador de madera con un trozo de hule, sabor mediterráneo, como la mesa, desde donde mis pocos libros
predicaban. Entre ellos el poemario
"Splin de París" de Baudelaire cuya amargura he olvidado, y ahora me
da palmaditas en el hombro del recuerdo de este hombre solitario.
El camastro, una placenta
de sábanas grisáceas con huellas de sueños húmedos y mantas, dos, siempre
enredadas. Un cenicero, hoy en la mesa, hoy por el suelo y cigarrillos
Gauloises, siempre humeantes. No había confusión, solo simpleza, de simple, de
poca cosa, que aún leyendo a Freud, a Marx o una amezcla de los dos, yo no entendía.
Me "rovinava la testa" que dicen en Italia , y no había manera.
Aunque por poco dinero, Saporita o la vida me estafaban.
Había otros jolgorios, el
metro, por ejemplo a la hora punta; hasta la Porte d’Italie entre empujones.
Pero, ahora, que esa cosa
que llamamos tiempo es un tirabuzón enredado en mi existencia, vuelvo a la rue
des Rosiers entre memorias, me tumbo en el camastro, boca arriba y oigo placenteramente
el murmullo de la judería parisina, huelo el perfume, porque en la memoria no
hay malos olores, solo, clavo, falafel, olivas
o " la couisine de Dvora" ,el restaurante que años más tarde
reventaron unos militantes de la causa Palestina. Veo las dos hermanas
sefardíes, sonrientes, tan dulces, en la ventana de enfrente y oigo a Saporita decirme: " Las judías
con judíos. No hay nada que hacer, no las molestes". Y hasta en ella
pienso y me gustaría volver a verla. La última vez que visité Paris busqué
confundido la casa, pero no la encontré, y menos aun la ventana.
Los amigos, las amigas,
las largas discusiones sobre el amor y la guerra, Jacques Brel, Leornard Cohen
y las manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
Y de repente París
sorprendió al mundo un mes de mayo que desde entonces se llamó del sesenta y
ocho.
¿Por qué sí aquello era
así cambia tanto, ahora, cubierto por la pátina de la nostalgia? Una y otra vez
retorno a la sustancia de los sueños que es música y Chanel número cinco.
Creo que no existe un
lugar ideal : Platón decía, creo, que no salimos jamás de la caverna.
Es verdad, solo te ha faltado mencionar “la magdalena de Proust” me ha gustado porque huele a eso... a rico, París a mi no huele a Chanel nº 5 huele a croissant ;)
ResponderEliminarPor cier, un día estuvo tu pobre hijo, con un dos res probando intentando comentar en mi blog, lo vi tarde pero le dije a Eva que te dijera que le escuché.. que la emisora de radio Pireanica emitió desde Edimburgo:-)
U beso grande para los dos, cuatro:-)