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Eran lagartos negros en
las galerías de la infancia.
Crecían camisas azules
abiertas sobre el tórax;
y don Quijote
luchaba con la eme y con
la be de los dictados.
Una cola enhiesta
estiraba su piel
entre ramas escondidas,
y los latidos
abrían, cuidadosamente,
una puerta al gozo.
Las primeras horas
eran voces blancas que elevaban
kiries.
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