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Buitres de metal picotean
las laderas,
y se deslizan por
inquietantes líneas de fuga:
ni manos
ni lavandas perfuman las
baldosas;
sólo metástasis grasientas.
Atletas
con agua mineral en los
bolsillos refrescan sus labios.
Hay legañas detrás de las
miradas
que chirrían al pasar las
páginas del sueño,
torrentes que circundan
plazas espirales
y puntos sin salida.
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