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Mi madre tejía alas entre
los olivos,
y un tren rasgaba la
campiña.
Es doloroso ver mi cara
en el cristal
y saltar a la estación
cuando están desiertos
los andenes.
Palpo máscaras,
escucho alientos,
y estoy pegado a la pared
junto a los relojes.
Las vías me niegan el
saludo;
“llora”, dice la brisa,
y mi cuerpo, sin billete,
se estremece.
Hoy, madre sigue bordando
y sonríe desde dentro del
espejo.
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