EL QUINTO
CREO DIOS LAS AVES DEL AIRE Y LOS PECES DEL MAR
A Rodrigo le encantó que me hubieran regalado tres
agapornis. Un día subimos a Guia de Isora a tratar la compra de un terreno y el
concejal de urbanismo nos presentó a un compadre que tenía unos terrenos en
venta. Los agricultores del sur tienen un master en no ir derechos al grano. El
fulano, amable, suave, tranquilo nos llevó a su casa, que era una vivienda
entre chalé y caserío, rodeada de plataneras y huertas de tomates. La zona de
rodadura desde el portón de la finca hasta la casa estaba flanqueada por una
fila de jaulas de todo tipo de pájaros y aves tropicales que con sus graznidos,
zureos, arrullos y trinos eran la señal de alarma contra los ladrones. Tomamos
un café bien azucarado, hablamos de terrenos, de plátanos, de acciones de agua,
pero no conseguimos saber el precio de la finca: no se apuren ustedes, seguro
que llegamos a un acuerdo, primero hay que verla, ¿cuándo?, otro día. Me dio
una palmadita en el hombro y como si fuera un malabarista me puso en las manos
una caja con tres periquitos. "Son agapornis" , me dijo.
Encargué una jaula grande para que los pajarillos
pudieran moverse a gusto y plantamos yucas, plataneras, guayabos, todo para que
los agapornis creyeran que vivían en un paraíso. Y es que cuando entrabas en mi
casa parecía eso, el jardín del edén , si no fuera por el recibo del IBI, el
alcantarillado, el agua, la luz y la basura.
Rodrigo, que era un crío de cinco o seis años, no hacía
ni caso a los agapornis, pero nosotros decíamos que eran suyos. A él le gustaba
más la perra, Milú, una dálmata "desinquieta" que se pasaba la vida
saltando y jugando con Rodrigo.
Los agapornis, no cantan, ni hablan, crujen como los
muelles de las camas. Yo, que aunque no soy animalfriendly, me gusta observar
la naturaleza, los miraba y veía que entre ellos se daban besos en el cogote,
si, en el cogote; los agapornis no se dan piquitos como las paloma, que va, se
atacan por detrás. Y como entonces no había internet nunca supe si se besaban o
follaban, pues ponían huevos que nunca
daban polluelos.
Lola les limpiaba las cacas y se encargaba de que el edén
funcionara, por eso un día apareció con tres carolinas que le compró a una
compañera de tenis alemana que se dedicaba a la venta de pájaros y plantas.
Como nos dijeron que las carolinas podían llegar a hablar, nos apuramos a
hablarles mucho en español, no fuera que hubieran aprendido algo de alemán y
entre el crujir de los falsos periquitos y el idioma germano, el paraíso fuera
una corrala ornitorrinca. Las carolinas eran más dulces, les poníamos cintas
casettes con boleros, porque el sueño de Lola siempre fue que sus carolinas
cantaran bésame mucho. No lo consiguió, pero
la casa era como el Arca de Noé, y hasta cuando salía una rata nos daban
ganas de hablar con ella.
El amor que mi mujer siente por los animales es atávico,
porque como ella mismo dice en su pueblo, cuando era pequeña, cogían cangrejos
en el río y se los comían. Por eso yo no comprendía su amor y su ternura y
pensaba que algún día podía hacer lo mismo con alguno de mis miembros. Cuando
iba a pescar, los pobres peces, con el anzuelo en la boquita y luego esa agonía
en un balde plástico de diez pesetas. Una semana santa vino su hermano,
que es como ella para los animales, y se fueron a pescar de caña. Lola pescando
es como si sus peces fueran VIP porque compraba gambas en el super y las usaba
de carnada. A las salemas, los pejes verdes y los pargos les encantaban. Los
lances eran largos, con mucho plomo para llegar al fondo. Cogía la caña y el
sedal lo dejaba atrás para poder lanzarlo con fuerza. Pescar era una fiesta y
Milú saltaba y se lo pasaba pipa. En una de aquellas, Milú se lanzó sobre la
gamba y picó en el anzuelo. Se armó una: la perra aullaba, Lola lloraba, todos
los pescadores de las rocas se quejaban porque espantaban la pesca. Su hermano se reía. Y yo me enteré de todo cuando
volvieron del veterinario que le dio una dosis excesiva de anestesia y casi se
nos muere la perrita. Anduvo borracha como tres días y nunca fue la misma.
Perdió la poca educación que tenía, porque, aunque no mucha, los perros tienen
sus reglas de educación: los llamas y vienen, les dices fuera y se sientan. A
partir de la gamba, la llamabas y bailaba cumbia y samba al mismo tiempo, no acertaba. Un día saltó
a casa de Susi, la vecina, y le hizo una
tumba en el jardín, a otra amiga se le metió de un salto por la ventanilla del
coche y le quitó el hipo para siempre. Alfombras, almohadas y cojines eran como
bocadillos de salchichas.
Aunque vivíamos en un paraíso nos fuimos de vacaciones a
Túnez, pero antes regalamos la dálmata a nuestro carpintero, a ver si salía del
armario. A las carolinas y los agapornis los pusimos juntos en una jaula para
que la vecina, que nos hacia el favor de cuidarlos, tuviera menos trabajo.
Pues bien, a la vuelta la vecina lloriqueando nos dijo que las carolinas
habían sido asesinadas por los agapornis. Mira, Joaquín, todo el cogote pelado
y lleno de sangre, son como buitres, me decía tocándose la nuca.
Metí los agapornis en una caja de zapatos y se los
llevé al fulano de Guia de Isora, como ya le habíamos comprado el
terreno, se empeñó en regalarme un tucán. Yo que no sé decir que no a casi nada
me llevé el tucán a casa. Estamos condenados a vivir en
un paraíso.
¿¿¿ Agapornis ???? en mi vida había escuchado este nombre de pajaritos jajaja precioso el cuento ( aunq a Lola la deje de depredadora ... Joaquín no conoce a Antonio jajajaja ... y genial el toque sinestésico que le has dado a la coloración de las letras ( se lee perfecto, estate tranquila) .. de hecho queda muy divertido... como si hubieras coloreado el blog del plumaje de los pájaros ... MuaaaaksssS! cielo
ResponderEliminar... sigue lloviendo y sereno ...!!
;)