miércoles, 6 de enero de 2016

EL QUINTO CREO DIOS LAS AVES DEL AIRE Y LOS PECES DEL MAR

A Rodrigo le encantó que me hubieran regalado tres agapornis. Un día subimos a Guia de Isora a tratar la compra de un terreno y el concejal de urbanismo nos presentó a un compadre que tenía unos terrenos en venta. Los agricultores del sur tienen un master en no ir derechos al grano. El fulano, amable, suave, tranquilo nos llevó a su casa, que era una vivienda entre chalé y caserío, rodeada de plataneras y huertas de tomates. La zona de rodadura desde el portón de la finca hasta la casa estaba flanqueada por una fila de jaulas de todo tipo de pájaros y aves tropicales que con sus graznidos, zureos, arrullos y trinos eran la señal de alarma contra los ladrones. Tomamos un café bien azucarado, hablamos de terrenos, de plátanos, de acciones de agua, pero no conseguimos saber el precio de la finca: no se apuren ustedes, seguro que llegamos a un acuerdo, primero hay que verla, ¿cuándo?, otro día. Me dio una palmadita en el hombro y como si fuera un malabarista me puso en las manos una caja con tres periquitos. "Son agapornis" , me dijo.

Encargué una jaula grande para que los pajarillos pudieran moverse a gusto y plantamos yucas, plataneras, guayabos, todo para que los agapornis creyeran que vivían en un paraíso. Y es que cuando entrabas en mi casa parecía eso, el jardín del edén , si no fuera por el recibo del IBI, el alcantarillado, el agua, la luz y la basura.

Rodrigo, que era un crío de cinco o seis años, no hacía ni caso a los agapornis, pero nosotros decíamos que eran suyos. A él le gustaba más la perra, Milú, una dálmata "desinquieta" que se pasaba la vida saltando y jugando con Rodrigo.

Los agapornis, no cantan, ni hablan, crujen como los muelles de las camas. Yo, que aunque no soy animalfriendly, me gusta observar la naturaleza, los miraba y veía que entre ellos se daban besos en el cogote, si, en el cogote; los agapornis no se dan piquitos como las paloma, que va, se atacan por detrás. Y como entonces no había internet nunca supe si se besaban o follaban, pues ponían  huevos que nunca daban polluelos.

Lola les limpiaba las cacas y se encargaba de que el edén funcionara, por eso un día apareció con tres carolinas que le compró a una compañera de tenis alemana que se dedicaba a la venta de pájaros y plantas. Como nos dijeron que las carolinas podían llegar a hablar, nos apuramos a hablarles mucho en español, no fuera que hubieran aprendido algo de alemán y entre el crujir de los falsos periquitos y el idioma germano, el paraíso fuera una corrala ornitorrinca. Las carolinas eran más dulces, les poníamos cintas casettes con boleros, porque el sueño de Lola siempre fue que sus carolinas cantaran bésame mucho. No lo consiguió, pero  la casa era como el Arca de Noé, y hasta cuando salía una rata nos daban ganas de hablar con ella.

El amor que mi mujer siente por los animales es atávico, porque como ella mismo dice en su pueblo, cuando era pequeña, cogían cangrejos en el río y se los comían. Por eso yo no comprendía su amor y su ternura y pensaba que algún día podía hacer lo mismo con alguno de mis miembros. Cuando iba a pescar, los pobres peces, con el anzuelo en la boquita y luego esa agonía en un balde plástico de  diez pesetas. Una semana santa vino su hermano, que es como ella para los animales, y se fueron a pescar de caña. Lola pescando es como si sus peces fueran VIP porque compraba gambas en el super y las usaba de carnada. A las salemas, los pejes verdes y los pargos les encantaban. Los lances eran largos, con mucho plomo para llegar al fondo. Cogía la caña y el sedal lo dejaba atrás para poder lanzarlo con fuerza. Pescar era una fiesta y Milú saltaba y se lo pasaba pipa. En una de aquellas, Milú se lanzó sobre la gamba y picó en el anzuelo. Se armó una: la perra aullaba, Lola lloraba, todos los pescadores de las rocas se quejaban porque espantaban la pesca.  Su hermano se reía. Y yo me enteré de todo cuando volvieron del veterinario que le dio una dosis excesiva de anestesia y casi se nos muere la perrita. Anduvo borracha como tres días y nunca fue la misma. Perdió la poca educación que tenía, porque, aunque no mucha, los perros tienen sus reglas de educación: los llamas y vienen, les dices fuera y se sientan. A partir de la gamba, la llamabas y bailaba cumbia y  samba al mismo tiempo, no acertaba. Un día saltó a casa de Susi, la vecina, y  le hizo una tumba en el jardín, a otra amiga se le metió de un salto por la ventanilla del coche y le quitó el hipo para siempre. Alfombras, almohadas y cojines eran como bocadillos de salchichas.

Aunque vivíamos en un paraíso nos fuimos de vacaciones a Túnez, pero antes regalamos la dálmata a nuestro carpintero, a ver si salía del armario. A las carolinas y los agapornis los pusimos juntos en una jaula para que la vecina, que nos hacia el favor de cuidarlos, tuviera menos trabajo.  Pues bien, a la vuelta la vecina lloriqueando nos dijo que las carolinas habían sido asesinadas por los agapornis. Mira, Joaquín, todo el cogote pelado y lleno de sangre, son como buitres, me decía tocándose la nuca.


Metí los agapornis en una caja de zapatos y se los  llevé al fulano de Guia de Isora, como ya le habíamos comprado el terreno, se empeñó en regalarme un tucán. Yo que no sé decir que no a casi nada me llevé el tucán a casa. Estamos condenados a vivir en un paraíso.

1 comentario :

  1. ¿¿¿ Agapornis ???? en mi vida había escuchado este nombre de pajaritos jajaja precioso el cuento ( aunq a Lola la deje de depredadora ... Joaquín no conoce a Antonio jajajaja ... y genial el toque sinestésico que le has dado a la coloración de las letras ( se lee perfecto, estate tranquila) .. de hecho queda muy divertido... como si hubieras coloreado el blog del plumaje de los pájaros ... MuaaaaksssS! cielo

    ... sigue lloviendo y sereno ...!!


    ;)

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